El próximo terremoto de Lisboa
Los humanos padecemos miopía prospectiva: nos cuesta muchísimo mirar al futuro (casi tanto como al pasado), tendemos a ver borroso a largas distancias. Si viviéramos en San Francisco o en Osaka estaríamos más que acostumbrados a los simulacros de terremoto en nuestros centros de trabajo. El riesgo sísmico es una espada de Damocles que pende, bien visible, sobre las cabezas de quienes habitan en los puntos calientes del globo, allí donde la colisión entre placas tectónicas es más intensa y se manifiesta en forma de fuertes y frecuentes temblores.
Sin embargo ningún rincón de este mundo está libre de los efectos de la deriva continental, y menos aun la Península Ibérica, ubicada a pocos kilómetros del punto de choque entre las placas euroasiática y africana, que giran en sentidos opuestos a razón de unos pocos milímetros por año. Las presiones se acumulan y de vez en cuando producen roturas en la corteza que generan terremotos, habitualmente de intensidad baja o moderada, pero no siempre. El 1 de noviembre de 1755, festividad de Todos los Santos, Portugal y España sufrieron el mayor seísmo registrado en la historia del viejo continente que, por comparación con otros medidos con técnicas recientes, pudo alcanzar una magnitud de entre 8,5 y 9 en la escala de Richter.
La destrucción fue masiva en Lisboa, donde murieron cerca de quince mil personas; también lo fue en otras muchas poblaciones del oeste peninsular. En Coria (Cáceres), por ejemplo, veintiuna personas perecieron aplastadas por los escombros de la catedral donde escuchaban misa… y mil doscientas entre las provincias de Huelva y Cádiz como consecuencia del terrible tsunami que siguió al seísmo. Efectivamente: el terremoto de Lisboa generó un maremoto que, una hora después, barrió sin piedad toda la fachada atlántica hasta Cádiz. Como dice el director de la Red Sísmica Nacional, Emilio Carreño, poca gente es consciente de que «un maremoto ha sido la mayor catástrofe de origen natural de la historia de nuestro país». Y lo que es más preocupante: «volverá a ocurrir con toda seguridad», según palabras del presidente del Instituto Español para la Reducción de los Desastres (IERD), José Antonio Aparicio.
El período de recurrencia de este tipo de fenómenos extremos en nuestro país oscila –según a qué experto consultemos– entre varios cientos de años y algo más de un milenio, pero algo es claro: se repiten. Y hoy por hoy no tenemos muy claro qué hacer en circunstancias similares… porque esto no es Osaka ni San Francisco.
Por eso no debemos echar en saco roto las lecciones aprendidas tras el terremoto de Lisboa, que dejó veinticinco mil muertos a mediados del siglo XVIII. Quizás poniéndonos esas gafas contra la miopía histórica seamos más certeros al evaluar los riesgos y tomemos medidas adecuadas para minimizar los efectos del próximo gran temblor. Seguramente no lleguemos a verlo nosotros, pero también podría ocurrir mañana mismo; son los enigmas de la sismología.
El tema es apasionante y a él he dedicado este documental sonoro, con la brillante ambientación y realización de Mayca Aguilera, que te recomiendo escuchar.