Dubái, un milagro en el desierto
La imagen que me llevé de la urbe más poblada de los Emiratos Árabes fue, más o menos, la que ya había visto en Blade Runner. De noche parece un decorado sacado de la mente de Ridley Scott. Es una jungla de asfalto y hormigón que crece en todas direcciones. Esto no es una hipérbole, es literal: Dubái se expande desaforadamente hacia arriba, hacia abajo, por la costa, por el desierto e incluso sobre el mar. Más que una ciudad parece una provocación, ¿o cómo ves tú construir una pista de esquí (con nieve y pingüinos) donde se vive a 40 grados?
Cuando conozco una nueva ciudad me gusta imaginarme viviendo en ella; en Dubái no viviría ni loco, por eso me parece una visita imprescindible.
Nadie puede negar el tesón y la constancia de los dubaitíes, que consiguen todo lo que se proponen por descabellado que pueda parecer. Visitar esta superciudad a orillas del Golfo Pérsico es sumergirse en una película de ciencia ficción donde uno no consigue encontrar la cuarta pared. ¿Dónde está el truco?, ¿qué pasará cuando el petróleo que todo lo paga se agote? Posiblemente nada, pues aquí también se están adelantando al futuro para posicionarse como uno de los principales centros financieros del mundo. La jugada es maestra porque el petróleo es un bien finito, pero el dinero… ¿alguien me puede explicar en qué consiste el dinero? Es una duda real.
De momento me quedo con la honda fascinación que me produce esta ciudad a la que viajamos hace más de un año para grabar un programa de radio y este vídeo que acabo de terminar de montar.