Diario de Islandia VII: Vík
Domingo 23 de agosto de 2015
Comenzamos el día con la tranquilidad que da la ilusión de tener casa. Hemos decidido seguir avanzando en nuestra vuelta a la isla pero deberemos volver a dormir a Skaftafell, pues mañana nos espera la aventura sobre hielo que hemos contratado. Así pues, cerramos la tienda y salimos a la carretera de circunvalación hacia el oeste, es decir, hacia la localidad de Vík. Nos separan 140 kilómetros, así que no hay tiempo que perder.
Sigue reinando la niebla, aunque la visibilidad es sensiblemente mejor que ayer. Paramos en una explanada con una especie de monumento a la izquierda de la calzada; es una enorme viga retorcida que perteneció a un puente derribado por una inundación de origen glaciar. Unos paneles informativos explican que ocurrió en 1996 cuando, tras la erupción del volcán Grímsvötn, el río Skeiðará vio dramáticamente incrementado su caudal. Llegaron a bajar por él 45 millones de litros de agua por segundo (unas 18 piscinas olímpicas al segundo) y enormes icebergs del tamaño de edificios que destruyeron el puente de la carretera 1. Por fortuna las alarmas funcionaron y no hubo que lamentar víctimas. Eso sí, el puente de 800 metros hubo que reconstruirlo enterito.
Anoche lo atravesamos al ir y al volver en nuestra peculiar ruta de secado extremo. Hoy, ya con luz, distinguimos entre la niebla el campo de lava negra por el que fluye el pequeño Skeiðará. Si no supiéramos de las dramáticas transformaciones que puede llegar a sufrir el río nos parecería una obra desmesurada. El firme es metálico y tiene un único carril aunque, dada su longitud, se han previsto apartaderos para permitir que los vehículos se crucen y cedan el paso cada cierto tiempo. Es aquí donde vivimos nuestro primer (y esperamos que único) atasco del viaje: la política del carril único genera contratiempos cuando lo que se cruzan son grandes camiones y los coches se acumulan en torno a ellos. En un ratito el tapón se resuelve a base de maniobras y paciencia.
Kirkjubæjarklaustur y Landsbrotshólar
La niebla nos oculta las cumbres de las montañas pero sus faldas empiezan a quedar al descubierto. Por ellas caen, a lo lejos, preciosas cascadas. A medio camino entre Skaftafell y Vík nos detenemos en el minúsculo e impronunciable Kirkjubæjarklaustur, un pueblo de 160 habitantes cuyo topónimo aglutina los sustantivos iglesia, granja y convento. Cuentan que sus primeros pobladores, antes de la llegada de los vikingos, fueron monjes irlandeses. Más tarde se fundaría un convento de monjas benedictinas. Lo de “granja” cayó por su propio peso.
Aunque es una simple curiosidad geológica, la formación denominada Kirkjugólf (suelo de iglesia) parece puesta a propósito. Llegamos a ella caminando unos metros desde la gasolinera que hay a la entrada de la localidad. Una escalerita de madera nos permite saltar la alambrada que cerca una pradera donde pastan ovejas. Más allá encontramos lo que parecen, efectivamente, las ruinas de un templo, una zona aparentemente pavimentada con losas de piedra perfectamente hexagonales. En realidad son la parte superior de unas columnas de basalto naturales que nacen bajo la tierra.
Nos adentramos entre las pocas casas de colores que componen la población y llegamos a los pies de Systrafoss, una alta y hermosa cascada de dos anchos chorros. Subimos por un empinado sendero que empieza a su izquierda, junto a una antigua granja con tejado de turba, y llegamos hasta la preciosa laguna en lo alto del acantilado que alimenta la catarata. El barranco ejerce un poderoso magnetismo, queremos acercarnos al abismo, pero hay que hacerlo con mucho cuidado. Un resbalón en la hierba mojada, un simple traspiés, puede hacernos caer al torrente que se despeña hacia el vacío. Unos discretos cartelitos pinchados en la tierra húmeda avisan de que la superficie resbala. Estamos completamente solos aquí arriba; una vez más se pone de manifiesto que Islandia es la tierra del at your own risk.
Al bajar nos cruzamos con una expedición de orientales, cámaras en ristre. Salimos del pueblo y desde el coche vemos la moderna capilla de madera y piedra de Steingrímsson, construida para conmemorar el llamado sermón del fuego, que según se dice logró detener la lava que a punto estuvo de sepultar Kirkjubæjarklaustur en el verano de 1783. Ese magma procedía de las devastadoras erupciones del volcán Laki, que generaron unos paisajes rarísimos en un amplio territorio.
Tomamos un desvío hacia el mar para contemplar el extraño paraje de Landsbrotshólar, un amplio campo lleno de pequeños montículos verdes, algunos con un agujero superior que parecen cráteres aunque no lo son. Se formaron cuando el manto de lava cubrió las marismas: al contacto con el agua la roca fundida empezó a burbujear y se crearon bolsas de vapor bajo ella. Allá donde reventaron se formó un pseudocráter; donde no, simplemente quedó la loma hueca en su interior. Ajeno al pasado geológico, el ganado pasta hoy felizmente en este entorno de divertidas formas.
Retomamos la Hringvegur y el paraje de pompitas nos acompaña un buen rato por la izquierda. Después comienza un interminable campo de lava cubierto de musgo. Resulta tremendamente irreal, parece como si hubiera nevado… ¡en verde! Paramos un momento para la foto de rigor y seguimos de un tirón hasta Vík.
Vík
Aprovechamos el supermercado de la ciudad para reponer víveres con la vista puesta en nuestra excursión de mañana. Constatamos una vez más que todas estas tiendas de alimentación, además de trabajadores casi en edad escolar, tienen un lineal dedicado a la lana donde venden ovillos de todas clases y colores. Tejer debe de ser una necesidad mental muy básica (y práctica) en los largos inviernos islandeses. Tras guardar la compra visitamos el pequeño centro de información, ubicado en un local con historia, la antigua casa de un comerciante con las paredes cubiertas de zinc. Pedimos un mapa de la zona y visitamos un escueto museo que combina naturaleza, pesca y vulcanismo. Nos impresiona el cartelito que todos los vecinos de estos contornos guardan en sus casas en previsión de una próxima erupción del volcán Katla; cuando suenen las alarmas deberán colgarlo en su puerta al evacuar el pueblo para que los servicios de emergencia sepan que no queda nadie. Solo dispondrán de unos minutos para marcharse antes de que llegue la lava. Tan asumida tiene Vík su particular espada de Damocles que ha convertido la amenaza en fuente de ingresos con la creación del geoparque del Katla.
Con la ayuda del plano identificamos los principales puntos de interés en el término municipal, que tiene uno de sus platos fuertes en la playa: las rocas donde anidan en esta época del año varias colonias de frailecillos (puffins en inglés, lundar en islandés), el pájaro nacional. ¿Conseguiremos avistarlos? Después de almorzar agarramos los prismáticos y salimos en busca del acantilado en cuestión. En realidad somos muy escépticos, por toda la isla hemos visto anunciadas caras excursiones en barco a islotes apartados donde supuestamente anidan, así que no esperamos verlos gratis.
¡Qué equivocados! Ahí están ante nosotros, en lo alto del roquedal, los pequeños frailecillos: unos entrañables seres alados rechonchos, torpones, como pingüinitos voladores de pecho y cara blancos y con el resto del plumaje negro. Un gran pico de fantasía decorado con franjas naranjas, amarillas y negras completa el atuendo de este increíble pájaro con pies de pato que parece volar a trompicones. ¡Pero es hábil pescando el bribón! Pasamos unos cuantos minutos siguiendo sus vuelos, observando sus interacciones con los prismáticos… Según parece son aves que suelen mantener sus parejas de por vida (algo que, según las estadísticas, no pueden decir sus compatriotas humanos). Al volver hacia el coche pasamos junto a un pequeño memorial que recuerda a los mil marineros alemanes que perdieron sus vidas pescando en estas peligrosas aguas hasta la mitad del siglo XX.
Antes de abandonar Vík y desandar todo el camino de hoy subimos a la iglesia, que tiene la mejor ubicación de toda la ciudad: un alto. También hacemos parada en la gran tienda taller de Icewear, una de las marcas nacionales –con permiso de la prohibitiva 66º North– que mejores prendas de abrigo produce para climas árticos. Emplean lana de las recias ovejas islandesas, con unas espectaculares propiedades aislantes. Mientras curioseamos entre los gorros, bufandas, cazadoras y polares vemos a través de unas cristaleras los telares donde lo confeccionan todo. A esta hora las máquinas están paradas. Miramos el reloj. Es tarde y va siendo hora de regresar a Skaftafell.
Volvemos a parar en la explanada junto al puente destruido y reconstruido para admirar los glaciares junto a la puesta del sol. La niebla se ha disipado casi por completo. El espectáculo es sobrecogedor. Estamos contentísimos de haber vuelto sobre nuestros pasos para descubrir –ahora sin velar– la majestuosidad de estos mares de hielo que bajan de las montañas en enormes lenguas blancas.
Es de noche cuando aparcamos junto a nuestra tienda, que nos proporciona una segunda noche de cálido descanso a los pies de estos gigantes de roca y hielo. Mañana caminaremos sobre ellos.
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