Humanos en Marte para 2035
El momento hay que imaginarlo: un pequeño grupo de científicos planetarios reunidos en torno a una pantalla parpadeante en California. Están nerviosos, beben café a litros, esperan una señal del espacio. Es enero de 1972, ya han pasado dos meses de las celebraciones por la exitosa inserción en la órbita marciana de su nave, el primer ingenio humano que consigue orbitar en torno a otro planeta.
La Mariner 9 debía haber comenzado a mandar imágenes semanas atrás, pero una inusual tormenta de polvo –la mayor jamás observada– ha mantenido el planeta cubierto por un manto oscuro. Con el fin de ahorrar energía, el Jet Propulsion Laboratory ha reprogramado los sistemas para retrasar el envío de fotografías. No parece un buen presagio. Marte, situado a una distancia media de 225 millones de kilómetros de la Tierra, es un destino terriblemente complicado cuya exploración anota igual número de éxitos que de fracasos. Afortunadamente la Mariner 9 acabará inscribiéndose en la lista de la gloria como la misión que nos descubrió un mundo nuevo. De pronto, una imagen en blanco y negro comienza a formarse línea a línea y el equipo estalla de júbilo.
A través de sus dos cámaras Vidicon esta sonda de media tonelada nos hará llegar a lo largo de casi un año las 7.300 fotografías que componen la primera imagen global del planeta vecino. Nos descubrirá los detalles del mayor volcán del Sistema Solar (el extinto Olimpus Mons, que triplica en altura al Everest) o el apabullante sistema de cañones que será bautizado con la traducción al latín del nombre de su descubridora: Valles Marineris.
Entre los primeros ojos que disfrutan de esas maravillas están los de William K. Hartmann, compañero de fatigas del mítico hombre de las estrellas, Carl Sagan. Al borde del cambio de milenio, Hartmann participará también en la Mars Global Surveyor, la misión de la NASA que más ha contribuido hasta la fecha al conocimiento de Marte a través de imágenes de gran resolución. A sus 75 años, jubilado pero todavía activo en el Planetary Science Institute (organización sin ánimo de lucro dedicada a la exploración del Sistema Solar), este científico, escritor y pintor me atiende con conmovedora sencillez desde su despacho en Tucson.
Álvaro Soto. ¿Cuándo y cómo se empezó a interesar por Marte?
William K. Hartmann. Me empecé a interesar por la astronomía a los 12 años. Mi padre me ayudó a construir un par de telescopios. Además yo pertenecía a un grupo de astrónomos aficionados, así que de adolescente me dedicaba a observar Marte desde mi patio trasero con mi telescopio y a dibujar los rasgos de su superficie. Los aficionados son muy importantes porque los profesionales, particularmente en aquellos primeros años entre 1950 y 1960, no estaban interesados en los planetas; ellos estudiaban galaxias, estrellas, etc. Así que nosotros éramos los que hacíamos el seguimiento de lo que ocurría en Marte, de los cambios en sus marcas oscuras, de las tormentas de polvo… A esa edad me emocionaba todo aquello y sabíamos que Marte era el planeta potencialmente más parecido a la Tierra, eso lo hacía interesante.
Á.S. Así que sus inicios fueron similares a los de Percival Lowell o Giovanni Schiparelli: construyó su propio telescopio para mirar al cielo.
W.H. Sí, y de hecho Lowell vino a Arizona a construir su observatorio, donde empezó a hablar de canales y de la civilización marciana que creyó haber descubierto. Así que por aquí está parte de esa historia, aunque mi adolescencia la pasé en Pensilvania, en el este de Estados Unidos.
Á.S. ¿Cómo le eligieron para formar parte del equipo de imagen de la misión Mariner 9?
W.H. Si miro atrás es una historia asombrosa, porque esto fue entre los años 1969 y 1970. Solo había un puñado de gente joven o astrónomos profesionales interesados en Marte. Yo era alumno de Kuiper en la universidad de Arizona, seríamos media docena. En aquel entonces yo era profesor asociado, acababa de doctorarme; un día, estando en mi despacho, sonó el teléfono y era Bruce Murray –una persona famosa por sus estudios sobre Marte que se convirtió en director del Jet Propulsión Laboratory–, me invitaba a unirme a la misión Mariner 9. Recuerdo que vino a decirme: «mira, tenemos esta nave espacial volando hacia Marte con una cámara maravillosa, ¿te gustaría participar?» Y claro, le dije que sí. Ahora me río, pero quizás debería estar triste porque hoy, si cualquier país anuncia una misión a Marte o a cualquier otro planeta, habrá cientos de jóvenes científicos desesperados por participar, y hay muchísima competencia… Creo que yo fui un afortunado, me encontré con la invitación, ni siquiera tuve que redactar una propuesta o competir por el puesto.
Á.S. ¿Diría que el principal éxito de la misión fue dibujar un mapa preciso de la superficie de Marte?
W.H. Exacto. Y eso supuso la detección de rasgos geológicos por todo el planeta, como los ríos secos que probaban que corrió agua por su superficie. Aquella fue la primera prueba que tuvimos al respecto y fue muy emocionante, porque el agua es el elemento clave si nos preguntamos si alguna vez hubo vida; creemos que se necesita agua para ello, así que el descubrimiento de esos antiguos cauces fue el principal logro.
Á.S. Y fue en esa apasionante labor donde conoció a Carl Sagan.
W.H. Sí, Sagan pertenecía a nuestro equipo. También era alumno, como yo, de Gerard Kuiper, pero él había pasado por sus clases unos pocos años antes. Al comienzo de su carrera combinaba los estudios de Química y Biología con algo de Geología para intentar comprender si la vida podía formarse en otro planeta, lo que sigue siendo la pregunta clave en el caso de Marte.
Á.S. ¿Cómo ha evolucionado esa idea de la vida en Marte desde los tiempos de Schiaparelli y Lowell hasta ahora?
W.H. Es una historia muy interesante, porque en 1800 parecía claro que Marte tenía un entramado de rayas que algunas personas percibían como líneas rectas y otras, al retratarlas a vista de telescopio, las dibujaban más bien discontinuas. Percival Lowell se emocionó con eso, vino a Arizona, construyó el telescopio y vio esos rasgos como líneas muy rectas y estrechas. Otras personas, como Schiaparelli en Europa, también habían dibujado esos supuestos canales, así que en torno a 1900 Lowell montó una teoría que defendía que, al ser tan rectas, esas rayas tenían que ser artificiales, y por tanto debía haber una civilización en Marte que había construido canales para transportar agua desde los casquetes polares hasta el ecuador. Marte está más lejos que nosotros del Sol y, por tanto, es mucho más frío, así que Lowell razonaba que sus criaturas debían vivir cerca del ecuador y trataban de llevar el agua hasta allí. Esta elaborada teoría influyó sobre todas las ideas de Marte de comienzos del siglo XX. Así Edgar Rice Burroughs, el escritor americano que inventó Tarzán, escribió historias sobre Marte; y después Ray Bradbury escribió la historia de una civilización marciana agonizante, sus famosas Crónicas marcianas. En tiempos de Bradbury nosotros, la comunidad científica, ya sabíamos que Marte no podía ser tan habitable como nuestro mundo al ser más frío. Finalmente mi profesor, Kuiper, estableció junto con otros astrónomos que el aire tenía que ser mucho más fino de lo que todos pensaban, luego habría que llevar un traje espacial. El siguiente paso se daría en 1964, cuando la primera sonda espacial, llamada Mariner 4, hizo un vuelo cercano a Marte y tomó un puñado de fotos –serían unas 10 o 20 imágenes potables– que, pese a estar borrosas, mostraban cráteres. Visto con perspectiva, fue una casualidad que esa nave volara justo sobre una parte del planeta sembrada de cráteres. Aquel año la gente empezó a pensar que Marte era simplemente un mundo de apariencia lunar con un poco de aire que removía el polvo, pero básicamente como la Luna, sin posibilidad de albergar vida de ningún tipo. Por eso nuestra Mariner 9 en el 71 fue tan emocionante, porque revirtió completamente esa idea, empezamos a salir de ese pozo de desilusión y a retomar la idea de que, pese a tener una atmósfera fina, claramente hubo agua, hay hielo en los polos… El interés ha ido creciendo gradualmente porque ahora sabemos que hay mucha agua congelada bajo la superficie, en algunas zonas a solo unas decenas de metros de profundidad. También sabemos que ha habido cambios climáticos, que hubo momentos mejores en los que la nieve y el hielo se acumulaban en la superficie.
Á.S. ¿En qué se diferenciaba su nave, la Mariner 9, de la posterior serie Viking?
W.H. Las Viking eran más complejas. En el mismo año (1976) se lanzaron dos misiones Viking y ambas consiguieron colocar vehículos sobre la superficie marciana; no rovers, sino aterrizadores fijos, que mantenían su nave madre en órbita y mandaban datos de vuelta. Si retrocedemos a la serie Mariner, en el caso de la novena –en la que yo estuve implicado–, aquella fue la primera sonda que completó la cartografía de Marte desde su órbita. Los rusos habían aterrizado varios vehículos en el planeta, uno de los cuales sobrevivió a la maniobra y comenzó a enviar una fotografía, pero falló, así que nunca consiguieron datos de vuelta desde Marte.
Á.S. Lo que siguió a las Viking, de hecho, fue una ristra de fracasos soviéticos y estadounidenses que se extendió durante casi dos décadas… Y tuvimos que esperar a otra misión suya, curiosamente, para recuperar la ilusión: la Mars Global Surveyor. ¿En qué cambió esa nave nuestra percepción de Marte a partir de 1997?
W.H. Fue apasionante participar en la misión Mars Global Surveyor porque tenía una cámara mucho más grande que las anteriores, de modo que podía tomar fotos con zoom que nos permitían estudiar rasgos de unos 10 metros, el tamaño de una habitación grande o una casa pequeña. Eso reveló más detalles sobre los ríos secos, las coladas de lava volcánica y algunas características del hielo. Mi trabajo en ese período consistió en contar el número de cráteres de impacto sobre aquellos accidentes geográficos. Imagine que formáramos una gran superficie en Marte –sea un campo de lava o un aparcamiento gigantesco– y esperásemos un millón de años: empezarían a acumularse impactos de meteoritos en su superficie. Así que, cuantos más cráteres haya, más antigua será la superficie. Usando esta técnica, gracias a la cámara de la Mars Global Surveyor, pude localizar cráteres diminutos en zonas pequeñas. Llegamos a la conclusión de que, aunque una gran parte de Marte tiene una superficie muy vieja, como la Luna, otra parte tiene muchos rasgos jóvenes y registró actividad volcánica en la historia más reciente del planeta, lo que seguramente significa que sigue habiendo sistemas volcánicos activos y podría haber erupciones en el futuro, y probablemente hay actividad geotérmica y manantiales calientes. Al examinar Marte a una escala de 10 metros obtenemos una perspectiva muy humana, y yo diría que casi todos los rasgos que vemos a esa escala son bastante jóvenes, igual unos pocos millones de años.
Á.S. ¿Por qué es más fácil encontrar cráteres de impacto en Marte que en la Tierra?
W.H. Porque la Tierra es tan activa que la superficie es muy joven y sigue transformándose. Hay erosión, sedimentos moviéndose, colinas transportadas hasta el océano, corrimientos de tierra, volcanes en erupción, dunas móviles… Es muy difícil encontrar en la Tierra superficies con más de mil millones de años o cifras del estilo. Sabemos que todos los planetas tienen 4.500 millones de años, aunque yo siempre me irrito porque –particularmente en los Estados Unidos– tenemos muchos grupos fundamentalistas cristianos creacionistas que mantienen que la Tierra tiene seis mil años, algo que viene del siglo XVII y a lo que esos grupos no renuncian; creen que son enseñanzas bíblicas, aunque en realidad no está en la Biblia. Pero volviendo a lo que yo llamaría la realidad, a lo que los laboratorios de todo el mundo y diferentes religiones aceptan, la Tierra y los otros planetas tienen 4.500 millones de años; Marte es así en algunas partes y en otras es mucho más joven. Pero la Tierra es fundamentalmente más joven; el océano Atlántico, por ejemplo, tiene solo unos cien millones de años, un geólogo lo consideraría muy joven porque solo es un pequeño porcentaje de la edad de la Tierra.
Á.S. ¿Es preciso referirnos a Marte como el planeta rojo?
W.H. Creo que sí, porque el clima marciano ha hecho que el mineral de hierro de las rocas se oxide, y eso les da un aspecto rojizo. Así que el color dominante es una especie de rojo marronáceo.
Á.S. ¿Cuál es su paisaje preferido de entre las miles de fotos que hemos recibido de las sondas enviadas a Marte?
W.H. El paisaje típico tiene una cierta belleza semejante a la de las regiones desérticas de aquí, de Arizona. Vemos paisajes similares, extensiones sin fin hasta un horizonte neblinoso, porque suele haber polvo en suspensión. Y suele haber bloques de roca dispersos por casi todos esos paisajes marcianos. Creo que todavía no está del todo claro por qué hay tantas rocas; uno de los procesos que las han podido crear son los glaciares y el hielo que se forma y se derrite rompiendo las rocas de la superficie. En fin, me encantaría meterme en uno de esos ríos secos y caminar observando las formaciones de sus orillas…
Pero estoy pensando en una fotografía concreta: es una imagen extraña donde a primera vista ves un par de puntos negros en la superficie que pueden tener unos 50 metros de diámetro. Son en realidad pozos hundidos que descienden hasta un material muy oscuro bajo tierra, donde puedes ver las rocas apiladas. Lo más parecido a eso que he visto en la Tierra suele encontrarse bastante a menudo en las coladas de lava; al andar por esas ásperas superficies volcánicas aparece un gran pozo redondo y, al mirar en su interior, se ve un hundimiento profundo. El motivo del derrumbe es que, al fluir, la lava se enfría y crea una capa sólida de roca, pero bajo tierra continúa el movimiento de roca derretida, incluso años después de la erupción, y esa roca fundida puede salirse y dejar una larga caverna, una cueva que se llama tubo de lava. Y el techo de ese tubo puede hundirse. Es emocionante e interesante, porque podrían ser hipotéticos lugares de aterrizaje para establecer una base abajo, en la caverna, protegida de los rayos cósmicos, las tormentas de polvo y los meteoritos.
Á.S. ¿Cuándo cree que seremos capaces de mandar este tipo de misiones tripuladas?
W.H. Le diré 2035 como respuesta corta. Creo que no es tanto un problema técnico. Los astronautas rusos y creo que también los americanos han vivido en estaciones espaciales el tiempo que duraría un viaje a Marte, así que se puede hacer. Pero creo que la respuesta a la pregunta es geopolítica; tenemos la tecnología para hacerlo, pero piense en el resto de los problemas del mundo actual. ¿Cuándo decidirán las naciones que de verdad quieren invertir el dinero en construir esa tecnología y salir al espacio? Creo que va a pasar un cierto tiempo. Si los chinos ponen en marcha los planes que han estado debatiendo –están hablando de llevar a gente a la Luna–, si dentro de dos, cinco años, nos despertamos un día y los chinos acaban de aterrizar con éxito en la Luna, probablemente Europa y América, y probablemente también Rusia, se pondrán nerviosos y la carrera espacial volverá a comenzar y entonces tendremos un rápido progreso en el espacio. Ese es un escenario posible. Pero si nos estancamos para centrarnos en otros problemas, podemos perder nuestra oportunidad de salir de verdad al espacio. Creo que es crucial para nuestra civilización, porque está claro que la sociedad humana no puede seguir como hasta ahora, con el crecimiento poblacional y la explotación de los recursos terrestres; no podremos seguir si no acometemos cambios muy radicales. Yo veo el establecimiento de la capacidad humana en el espacio como esencial para el futuro de la civilización.
Á.S. Suponiendo que ya tuviéramos la tecnología y los conocimientos para viajar a Marte, ¿sería en un viaje de ida y vuelta o solo de ida?
W.H. Bueno, se han discutido las dos ideas. Hay grupos de personas que vienen tratado estos temas desde hace tiempo y que ahora, ya mayores, estarían encantados de viajar en un solo sentido y comenzar a establecer una base, sabiendo que morirán en Marte, del mismo modo que morirían en la Tierra. Algunos se apuntarían a eso. Es una idea interesante… quizás algo difícil de asumir emocionalmente para el resto. Creo que otro escenario, quizás más realista, sería que las primeras misiones volasen en la órbita alrededor de Marte. Sabemos que tiene dos pequeños satélites de color oscuro, un material que parece ser condrita carbonácea, con un cierto porcentaje de agua en su interior, de modo que podría ser un recurso para los primeros astronautas. Puedo imaginar los primeros años de la presencia humana en Marte no sobre su superficie, sino construyendo algún tipo de base como la Estación Espacial Internacional cerca de uno de los satélites, que sería una especie de base de operaciones. Puede que eso sea lo que veamos en las próximas décadas.
Á.S. Siempre me he preguntado –supongo que por deformación profesional– por qué nunca ha habido un micrófono sobre la superficie del planeta vecino. ¿Captaría algo, podríamos llegar a escuchar Marte?
W.H. Creo que la respuesta es sí. Si tuviéramos el micrófono grabaríamos sonidos interesantes durante las tormentas de polvo; yo las he experimentado aquí en Arizona, particularmente los remolinos de polvo… Hay una historia divertida sobre uno de los rovers modernos, que tienen paneles solares en el techo para recoger el sol y recargar las baterías. Todas las misiones constatan que Marte es tan polvoriento que el polvo se acumula en la superficie superior y, cuando el rover envejece –al año o así–, la capacidad eléctrica del panel se ha reducido en un 30 o 40%. Un día uno de los vehículos había estado fotografiando remolinos de polvo en la distancia; al final del día lo apagaron como siempre para pasar la noche y, al encenderlo al día siguiente, la energía había vuelto a su nivel original. Lo que había pasado es que uno de los remolinos había pasado sobre el vehículo y había soplado todo el polvo que lo cubría. Habría sido muy interesante tener un micrófono durante ese suceso, porque estoy seguro de que recogería dos cosas. Aunque el aire es muy fino supongo que captaría algún tipo de sonido silbante; la otra cosa sería como cuando caminas por la playa en un día de mucho viento, que puedes sentir los granos de arena golpear tus tobillos mientras andas… Eso también debe pasar en Marte, así que oirías ese sonido de miles de granitos de polvo y arena golpeando la superficie del micrófono o la nave en la que estuviera montado. Creo que habría cosas que grabar, aunque también habría seguramente muchos momentos de silencio.
Á.S. Habría sido maravilloso que el Curiosity hubiera salido de la Tierra con un micro, qué lástima…
W.H. El problema es que hay una competencia tan tremenda para colocar tu instrumento, hay tanta gente queriendo poner carga en las naves que hay que luchar por cada gramo de masa que se añade al rover. Pero sería divertido intentarlo.
- Escucha el documental de Radio Nacional sobre la exploración de Marte, que incluye algunos fragmentos de esta entrevista.