Eres turista y lo sabes
Hoy quiero confesar: odio a los viajeros de carnet.
No es un odio de matar, sino más bien de «vete a que te dé el aire un rato y luego vuelves, hermoso». Supongo que será porque el viaje forma parte de mi rutina laboral desde hace siete años y, de forma voluntaria e involuntaria, estoy siempre en contacto con trotamundos de todo pelaje. Será también porque la prepotencia y la falta de humildad me revientan muchísimo. Cada vez soporto peor a quienes reivindican esa palabra de manera excluyente sin percatarse de que la definición de «viajero» es un lacónico «que viaja»; ésos que buscan distinguirse de una supuesta masa aborregada que, hipnotizada por las sombras de la caverna (turística), no ha despertado al nobilísimo mundo de las ideas (viajeras).
¿Viajero es el que no tiene billete de vuelta?
El viajero –y aquí viene el baño de realidad– es una señora o un señor que se sube a un autobús, que monta en bici, en globo aerostático o en BlaBlaCar para ir al trabajo, a ver a la suegra o a dar la vuelta al mundo. ¡Qué más da! El viajero es quien viaja y viajar es trasladarse de un sitio a otro. Todo lo demás son majaderías. El turismo se define en primera acepción como el hecho de viajar por placer, así que tengo una terrible noticia para esa autoproclamada raza de aguerridos Indiana Jones que van por el mundo (y sobre todo por las redes) repartiendo lecciones de autenticidad sin billete de vuelta: sois tan turistas como mi vecina Paqui en Benidorm. Pero no pasa nada –que diría José Mota–, ¡si es mejor así! Ahora bien; sabed que ser, sois.
Los turistas autonegacionistas suelen reivindicar un espacio diferenciado, un lugar de honor junto a los pioneros de la exploración tipo Livingstone o Marco Polo, un podio que les eleve unos metros por encima de los pobres hombres y mujeres que no ven más allá de su barrio, su trabajo y su hipoteca; que no viajan casi nunca y, si lo hacen, es con los días contados, los billetes bien comprados con cuatro meses de antelación y un plan muy medido… o lo que es peor: en un tour organizado.
Amplitud de miras poco panorámica
Es una lástima que esa amplitud de miras que se arrogan los viajeros de carnet no sea lo suficientemente panorámica como para entender otras realidades, necesidades y prioridades, otra filosofía de vida que puede ser mucho más valiosa y humana que la suya propia (que, una vez retirado el barniz del postureo, suele quedarse en puro hedonismo, narcisismo y egoísmo). Quizás olviden estos pretendidos Magallanes que sin esa población de base que desempeña trabajos esclavizantes, cría hijos, paga impuestos y vive sedentarias vidas grises –siempre según su óptica–, nada de lo que hacen ellos como «espíritus libres» sería posible: ni transportes, ni infraestructuras, ni medicinas, ni tecnología… incluidas esas herramientas tan vitales para cantarse sus épicas hazañas como son internet y el smartphone de hacerse selfies.
Afortunadamente los viajeros repelentes son solo una molesta excepción. A lo largo de los años he conocido a gente maravillosa que, después de aventuras de años sin rumbo fijo, o de peligrosas travesías en bici por África en solitario, se siguen autodenominando «turistas de larga duración» y se abstienen de dar lecciones. Los más grandes suelen ser los más humildes y yo me quito el sombrero ante ellos… mi sombrero de honorable turista.